Las pruebas del cambio climático
¿El cambio climático existe, qué pruebas hay de que está ocurriendo? El clima de la Tierra es cambiante desde sus inicios a consecuencia de fenómenos naturales, como muy pequeñas variaciones orbitales, una realidad sobre la que existe la misma evidencia científica inequívoca que sobre el cambio climático reciente provocado por las actividades humanas.
La tendencia al calentamiento actual se basa en una probabilidad mayor del 95 por ciento de que la mayor parte de ella sea el resultado de la actividad humana desde mediados del siglo XX, y avanza a un ritmo sin precedentes de décadas a milenios. Por lo tanto, no hay duda de que el cambio climático existe y está ocurriendo.
Ya superadas las tesis negacionistas, siempre teñidas de intereses alejados de lo meramente científico, el consenso científico en torno a la existencia del cambio climático hoy es abrumador. Este gran avance de los últimos años, sin embargo, no ha impedido que su credibilidad siga estando en entredicho.
La credibilidad del cambio climático está en entredicho por diferentes razones. Entre las principales encontramos las dificultades de comprensión entre la ciudadanía o simplemente por resistencia al cambio y a las pérdidas que ello supondría a determinados intereses.
Sus propias características obstaculizan su comprensión, entre otras la amplitud del tema, sus inevitables tintes apocalípticos, sus síntomas o consecuencias paradójicas, es decir, falsamente contradictorias. Es lo que ocurre, por ejemplo, al aplicar categorías de análisis equivocadas de forma recurrente aplicando el sentido común a partir de ideas generales y segmentadas difundidas en los medios de forma machacona, en lugar de enfoques científicos.
El origen de la ciencia climática
La base científica del cambio climático cuenta con un amplio consenso científico, es amplia y está consolidada. En sus primeros pasos, el hallazgo de Eunice Foote, científica que en la década de 1850 descubrió que los gases de efecto invernadero calentaban la atmósfera y concluyó que una atmósfera con estos gases le daría a la Tierra una temperatura alta.
Su experimento ayudó a formar la base de la ciencia climática moderna, al observar que un cilindro lleno de dióxido de carbono se calentó aún más que si se llenaban de aire húmedo u otras sustancias y que una vez retirado de la luz, “tardó muchas veces más en enfriarse”.
Su experimento titulado “Circunstancias que suceden al calor de los rayos del sol” fue profético, como apunta la científica climática Katharine Hayhoe. Un concepto clave que daría lugar desde entonces a un estudio desde la física para explicar por qué los gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono, provocan el calentamiento aun siendo una pequeña parte de la atmósfera.
Foote puso sobre la pista para entender por qué ejercen un control inesperado sobre el clima de la Tierra al retener una parte del calor del planeta antes de que se vaya hacia el espacio.
Se trata de un aspecto fundamental del surgimiento de la vida, esencial para entender por qué se dieron las condiciones necesarias para que surgiera la vida. En concreto, este efecto invernadero explica por qué un planeta tan alejado del sol como es la Tierra posea agua líquida y vida.
A mediados del siglo XIX, la ciencia demostró que el dióxido de carbono y otros gases atrapan el calor y, por lo tanto, el aumento de los niveles de los gases de efecto invernadero debe provocar que, como consecuencia, nuestro planeta se caliente.
El mercurio no miente
La industrialización iniciada a mediados del siglo XVIII fue el inicio de una mayor contribución de gases de efecto invernadero a la atmósfera que, hasta la actualidad, no ha dejado de calentar la Tierra por acción humana.
Un calentamiento global que se ha constatado gracias a una enorme cantidad de pruebas que comienzan a mediados del siglo XIX con los registros de temperaturas de las estaciones meteorológicas, actualmente a través de satélites en la superficie y de registros geológicos que revelan como inédito el calentamiento global que está experimentando el planeta.
La visión global que han proporcionado los satélites que orbitan la Tierra y otros avances tecnológicos han permitido recolectar durante años informaciones diferentes sobre nuestro planeta y su clima a escala global. Este conjunto de datos revela signos de un clima cambiante.
Las diversas aproximaciones, por lo tanto, coinciden en sus conclusiones: la Tierra se está calentando. En concreto, desde finales del siglo XIX, las temperaturas globales promedio han aumentado 1,2 grados centígrados, un incremento mayor en la superficie terrestre que oceánica.
Durante el siglo pasado se produjeron los mayores cambios, un aumento de la temperatura global histórica y a una velocidad sin precedentes, a consecuencia del aumento del uso de combustibles fósiles. Dos terceras partes de este incremento, desde 1975, un comportamiento en cierto modo exponencial.
Las superficies terrestres se han calentado más que la superficie de los océanos y el Ártico es lo que más se ha calentado: más de 2,2 grados Celsius tan solo desde la década de 1960.
El aumento de temperatura no es igual en todas partes. No se trata de un aumento uniforme, pues existen grandes diferencias a nivel regional y en los océanos es menor por la gran capacidad calorífica de estos y a su mayor evaporación y consecuente pérdida de calor.
Las mediciones de las últimas seis décadas por expediciones oceanográficas y redes de instrumentos flotantes muestran que todas las capas del océano se están calentando a un ritmo nunca visto. Según un estudio, entre 1997 y 2015, el océano ha absorbido tanto calor como en los 130 años anteriores. Considerando que ha absorbido el 90 por ciento del calor retenido por los gases de efecto invernadero, es fácil entender que el calentamiento global sería mucho mayor sin esta absorción, y no hay que perder de vista que, como sumideros, los océanos y los bosques tienen un límite.
También ha habido un cambio en las temperaturas extremas y una mayor frecuencia e intensidad de los fenómenos extremos, con mercurios que alcanzan máximos históricos que por lo general superan a los récords de mínimos.
Esta gráfica, basada en la comparación de muestras atmosféricas de núcleos de hielo y mediciones directas más recientes, proporciona evidencia de que el CO2 atmosférico ha aumentado desde la Revolución Industrial, afirma la NASA.
La naturaleza nos lo cuenta
Los indicadores naturales como anillos de árboles, arrecifes de coral, capas de rocas sedimentarias o las muestras de hielo permiten comparar el clima actual con el antiguo o peleoclima y revelan un actual calentamiento global unas diez veces más rápido quela tasa promedio de calentamiento que ocurrió tras las épocas glaciales.
Tras la última Edad de Hielo, el dióxido de carbono producido por la actividad humana está aumentando a una velocidad más de 250 veces mayor que el proveniente de fuentes naturales, de acuerdo con la NASA. Estos indicadores naturales también mostraron en un estudio, publicado en 1998 que la Tierra está más caliente ahora de lo que estado en al menos mil años y quizás mucho antes.
La gráfica conocida como el bastón de hockey apoya supuso en su día un gran apoyo para la ciencia climática, al mostrar cómo las temperaturas se mantuvieron bastante estables durante siglos (el stick o palo) antes de dispararse (la pala). A la vista de la misma solo cabía concluir en el estudio que la contenía que se trata de un calentamiento sin precedentes en la historia geológica reciente.
La última era de hielo hace unos 11.700 años, que marcó el comienzo de la era climática moderna y de la civilización humana, fue precedida, en los últimos 800.000 años, por ocho ciclos de avances y retrocesos glaciales. Actualmente, nos encontramos ante un cambio abrupto impulsado en gran medida por el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera y otras actividades humanas, con efectos visibles por todas partes.
Efectos por todas partes
No es necesario recurrir a las mediciones científicas para observar los efectos del cambio climático, cuyos efectos se pueden observar por todas partes, tal y como advirtieron los modelos, cuyo poder predictivo está demostrándose de forma tan impresionante como aterradora.
La reducción del hielo marino ártico está desapareciendo, las capas de hielo y los glaciares se reducen mientras que el nivel del mar está aumentando. En la primavera, cada vez más precoz, la nieve se derrite con mayor rapidez y las plantas florecen antes, mientras los animales se desplazan en busca de lugares más fríos huyendo del aumento de las temperaturas.
Los eventos extremos también están siendo noticia habitual, tanto en forma de olas de frío como de calor, sequías, temporales, catástrofes ambientales como tormentas e inundaciones y también los incendios forestales se han vuelto más intensos y comunes.
Un pronóstico negro
Los preocupantes informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) concluyen que el incremento de temperatura es ya irreversible, al menos hasta mediados de este siglo.
Sin una reducción drástica e inmediata de gases de efecto invernadero a gran escala en las próximas décadas, a partir de 2050 no se lograría mantener el nivel de calentamiento dentro de la horquilla entre 1,5 y 2 grados centígrados.
Los pronósticos no permiten ser optimistas. En el peor escenario, si no se actúa y se mantiene el ritmo de aumento de emisiones actual, el informe estima que el calentamiento alcanzaría los 4,4 grados a final del siglo XXI. De actuarse con celeridad y contundencia, todavía podría lograrse que a finales de siglo la temperatura no aumente los más de 1,5 grados que se consideran necesarios para que el escenario no se descontrole a distintos niveles, como la subida del nivel del mar, la desertificación, los efectos en la salud, las migraciones humanas, los fenómenos metereológicos extremos o las migraciones y la extinción de especies. Imagen: cocoparisienne.